Desde el punto de vista de los conflictos
históricos entre ciencia y religión, lo más destacable del anuncio del CERN no es tanto el descubrimiento mismo del bosón
de Higgs, o al menos de una partícula consistente con un determinado modelo de
la física, cuánto que el hecho de que siga describiéndosela sistemáticamente
como "la partícula de Dios". Este título tan desafortunado parte de
un libro divulgativo publicado en 1993 por el físico y premio nobel Leon M. Lederman
y por el escritor científico Dick Teresi: The god particle. If the universe is
the answer, what is the question? , y no deja de aparecer en periódicos y
digitales.
Los mismos astrónomos suelen ser a menudo
culpables de fomentar estas metáforas teológicas. Por ejemplo, Salman Hameed
recuerda en su blog los "dedos de dios", una especie de pareidolia
astronómica provocada cuando algunos racimos de galaxias lejanas parece que nos
están señalando. De modo similar, se ha pretendido describir como "las huellas
digitales de la Creación" a ciertas variaciones en la radiación cósmica de
fondo.
Otros son todavía más explícitos subrayando
sus intereses teológicos. En particular, la portada de los diarios es muy
representativa. Al destacar: "No hay ninguna contradicción entre el bosón
de Higgs y la teología", claramente se da a entender que lo más importante
no es el descubrimiento de la partícula, sino si es o no compatible con la
teología católica. En cualquier caso, el enmarcado de la noticia parece muy
influido por la necesidad de escapar a la tesis del conflicto.
Lo
cierto es que no está claro si el descubrimiento de esta partícula intersecta o
no con los intereses de la teología. En la medida en que el presunto
descubrimiento de la partícula de Higgs pavimenta el camino hacia el
conocimiento científico sobre el origen del universo, cabe recordar la
advertencia de Juan Pablo II a Stephen Hawking (citado por Puente Ojea) durante
un encuentro con científicos en 1981: "Nos dijo que estaba bien estudiar
la evolución del universo después del Big Bang, pero que no debíamos indagar en
el Big Bang mismo, porque se trataba del momento de la creación, y por tanto,
de la obra de Dios". He aquí, según parece, el último de los escollos
teológicos al conocimiento de la naturaleza.
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